En busca de una vida equilibrada

POR EL ÉLDER DONALD L. HALLSTROM

De los Setenta

Donald L. Hallstrom

Debemos entender bien la doctrina que nos guía y luego hacer todo lo que podamos cada día.

Antes de cumplir los 30 años se me llamó a ser el obispo de un barrio de 850 miembros. Dos semanas antes de recibir ese llamamiento, había fundado con un socio una empresa que contaba con varios empleados nuevos, de quienes éramos responsables. Al mismo tiempo, mi esposa y yo teníamos tres hijos muy activos que tenían de uno a siete años. La descomunal responsabilidad de tener que cuidar adecuadamente de mi joven familia, de los santos que se me habían encomendado y de una empresa en expansión me parecía algo imposible. ¿Sabría dividir mi tiempo cuando cualquiera de esos tres aspectos de mi vida, importantes y complejos, empezara a resultarme abrumador? ¿Era posible lograr un equilibrio?

Durante esos días pensé con frecuencia en un recuerdo de mi infancia. The Ed Sullivan Show era uno de los programas de televisión más populares en los Estados Unidos. Era un espectáculo de variedades en el que actuaban personas con habilidades muy diversas. Había un hombre que aparecía periódicamente. En el escenario se colocaban unas varas, una docena o más, y encima se ponían pilas de platos. Aquel hombre tan ágil hacía girar uno de los platos que se encontraba sobre una vara y luego pasaba a la vara siguiente, hacía girar un segundo plato y después un tercero y un cuarto. A medida que se iba moviendo por la línea de varas, los platos de la primera y la segunda varas empezaban a girar más lentamente, con el riesgo de caer al suelo. Al verlo, el hombre volvía rápidamente a esas varas y, con un suave giro, aceleraba el movimiento para que los platos continuaran girando. Lo más apasionante era poder ver la capacidad del artista para aumentar el número de platos que giraban sin que se cayera ninguno.

Pero siempre llegaba a un punto en el que no podía continuar. Su capacidad para aumentar el número de platos y seguir ocupándose de los platos en movimiento era limitada. La imagen de los platos deslizándose desde sus inestables apoyos y la cacofonía que se producía al golpear el rígido suelo demostraban claramente que hasta el artista más habilidoso tiene sus límites.

Cada uno de nosotros debe decidir cuántas “varas” podemos controlar en nuestra vida y lo que representan. Algunas personas están haciendo girar un solo plato con toda su fuerza e ignoran el resto de varas. Otros intentan hacer girar tantos platos a la vez que con frecuencia se oye el sonido de los platos al estrellarse.

Los principios del equilibrio

Llevar una vida equilibrada puede resultar difícil para cualquiera de nosotros. No existe un modelo exacto que sirva a todas las personas y es probable que incluso nuestro propio diseño cambie durante las distintas épocas de la vida. Sin embargo, la búsqueda del equilibrio —dedicar tiempo y esfuerzo adecuados a cada una de las cosas importantes— resulta vital para lograr el éxito durante nuestra probación mortal. Hay determinadas responsabilidades fundamentales que no podemos descuidar sin sufrir consecuencias graves.

¿Cuáles son las varas esenciales de nuestra vida? Me gustaría sugerir cuatro: nuestro amor por el Padre Celestial y Su Hijo, la preocupación por nuestra familia, nuestro servicio al Señor y nuestra obra temporal durante la vida.

El amor por el Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo. Las Escrituras hablan poderosamente de este sagrado deber:

“Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?

“Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente” (Mateo 22:36–37).

“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo… y amor por Dios” (2 Nefi 31:20).

Nuestro amor por el Padre Celestial y Su Hijo es fundamental para todo lo demás. Constituyen una fuente de paz (véase Juan 14:26–27). El amor por Ellos es la motivación suprema para seguir “en el camino recto” (Moroni 6:4). Mejora cualquier otro aspecto de nuestra vida y nos permite amarnos a nosotros mismos y a los demás con mayor plenitud. Únicamente encontramos la respuesta a nuestros problemas más difíciles cuando amamos al Padre Celestial y a Jesucristo y tenemos fe en Ellos.

La preocupación por nuestra familia. “La familia: Una Proclamación para el Mundo” afirma: “El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos… Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud… de guardar los mandamientos de Dios” 1.

El consejo de los profetas nos ha enseñado que “ningún otro éxito compensa el fracaso en el hogar” 2 y que “la obra más importante del Señor que harán será la que realicen dentro de las paredes de su propio hogar” 3. Nuestros deseos y acciones con respecto a nuestra familia deberían ser como los de Lehi cuando comió del dulce fruto del árbol de la vida y, de inmediato, “[deseó] que participara también de él [su] familia” (1 Nefi 8:12).

Para muchas personas, el ocuparse adecuadamente de la familia es el primer ámbito de compromiso cuando surgen otras exigencias, ya que los resultados de la negligencia no siempre se ven de forma inmediata. Pero el cuidar de la relación entre los cónyuges y la edificación de un hogar espiritual exigen visión y compromiso por parte de los hombres y las mujeres.

El servicio al Señor. Una prolongación natural de nuestro amor por Dios es el deseo que tenemos de servirle. El Señor dijo: “Si me amas, me servirás y guardarás todos mis mandamientos” (D. y C. 42:29). El modo de servir a Dios es servirnos unos a otros. “Cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17). El élder Dallin H. Oaks dijo: “Servir es una obligación para los verdaderos seguidores de Jesucristo” 4.

El tiempo que dedicamos al servicio en la Iglesia puede variar según las distintas épocas de nuestra vida, según los llamamientos concretos que recibamos y nuestras circunstancias familiares. No obstante, nunca debemos vacilar en nuestro deseo de servir.

La obra temporal durante la vida. Aunque es posible que nuestra profesión o nuestras ocupaciones parezcan ser temporales, respaldan otros aspectos de la vida más eternos y pueden servir para prestar un valioso servicio a los demás (véase D. y C. 29:34). Repito que “La familia: Una Proclamación para el Mundo” contiene unas instrucciones claras: “Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida. La responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos. En estas responsabilidades sagradas, el padre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente”. 5.

Los líderes de la Iglesia han exhortado fervientemente a las personas a obtener una formación académica de calidad que nos permita contar con opciones laborales en la vida y han recomendado dedicarse a un oficio o una profesión honorable que favorezca nuestra vida espiritual.

No debemos descuidar estas cuatro varas durante nuestra vida. Cada una de ellas requiere atención constante para desempeñar su función de sanarnos como seguidores justos de Cristo (véase Marcos 2:17).

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó:

“Creo que… todos nosotros, en esta Iglesia… tenemos una responsabilidad cuádruple. Primero, [los miembros y los líderes] tienen una responsabilidad para con su familia, de asegurarse de dedicarle una parte de su tiempo… Ninguno de nosotros puede eludir esa responsabilidad… Es algo básico y fundamental.

“Si tenemos trabajo, tenemos una responsabilidad para con nuestro empleador. No tenemos derecho a estafarlo…

“Por supuesto, tenemos una responsabilidad para con el Señor, de hacer lo que se espera de nosotros como siervos en Su casa.

“Y… tenemos una responsabilidad para con nosotros mismos de dedicar algo de tiempo a meditar, a hacer un poco de ejercicio…

“¿Cómo pueden equilibrar estas cosas? No creo que sea difícil. He prestado servicio en muchos llamamientos en esta Iglesia. Soy padre de cinco hijos, que eran pequeños y crecieron mientras yo servía en esos llamamientos… Disfrutamos de la vida… Simplemente, hicimos lo que la Iglesia esperaba que hiciéramos” 6.

Atención constante

Como seguidores sinceros de Cristo, debemos evaluar constantemente las cosas más importantes. ¿Estamos tan concentrados en una sola vara que los platos que se encuentran sobre el resto corren el riesgo de caer debido a nuestra negligencia? ¿O estamos haciendo girar demasiadas varas? ¿Tenemos que simplificar nuestra vida para mantener en movimiento todo lo que realmente importa?

¿Cómo podemos saber si nuestra vida está desequilibrada? La verdad es que la mayoría de nosotros lo sabemos. Solo tenemos que admitirlo y ejercer disciplina para cambiar, sustituyendo la forma en que hemos estado viviendo por otras costumbres mejores y unos valores más elevados. Tenemos que seguir los consejos de nuestros profetas para hacerlo antes de que nuestra falta de atención a otras partes indispensables de la vida pueda causar más daños.

No obstante, en el caso de algunas personas es posible que no sea tan fácil reconocer el desequilibrio en la vida. Cuando servía como presidente de estaca, vi a un miembro de nuestra estaca convertirse en una persona importante de la comunidad empresarial. Ese miembro estaba criando una familia y desempeñaba llamamientos de responsabilidad en la Iglesia. Todo parecía estar en orden. Pero después se hizo evidente que estaba pagando un precio demasiado caro por su éxito temporal. La primera señal fue su petición de que se le relevara de todos los llamamientos de la Iglesia porque le suponían un problema de tiempo para cumplir con sus obligaciones laborales. Algo que resultó todavía más alarmante fue que, debido a una serie de problemas de conducta de sus hijos, los líderes del sacerdocio se dieron cuenta claramente de que se estaban descuidando las obligaciones familiares básicas. La comunicación con su esposa y sus hijos se había deteriorado porque estos apenas lo veían y, cuando lo hacían, él solía estar preocupado por sus exigencias profesionales o, simplemente, estaba demasiado cansado para realizar actividades familiares o incluso para entablar una conversación seria. Ese hombre solo llegó darse cuenta de las consecuencias de sus acciones en su salud espiritual y en la de su familia debido a unos sucesos trágicos y terribles.

Tres directrices

Una autoevaluación periódica es esencial en la búsqueda de una vida equilibrada. Hay tres valiosas fuentes de ayuda que nos muestran las cosas “como realmente son, y… como realmente serán” (Jacob 4:13) en nuestra vida.

Las impresiones del Espíritu. Por medio de acciones justas constantes que inviten al Espíritu Santo a nuestra vida, podremos “conocer la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5). En nuestros ámbitos de actividad, es posible que podamos decir que “fueron abiertos nuestros ojos e iluminados nuestros entendimientos por el poder del Espíritu” (D. y C. 76:12). La oración continua y sincera, junto con la meditación diaria sobre el amor que sentimos por el Señor y nuestro deseo de servirle, permitirán un mayor acceso del Espíritu a nuestra mente y nuestro corazón (véase D. y C. 8:2–3).

Las Escrituras y las palabras de los profetas vivientes. Las enseñanzas del Señor que se encuentran en las Escrituras nos ayudarán si “[aplicamos] todas las Escrituras a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción” (1 Nefi 19:23). El seguir la guía de los profetas vivientes, que entienden nuestro mundo actual, nos proporciona seguridad, porque “[tendrán] vida eterna… todos cuantos… [crean] en las palabras de los santos profetas” (D. y C. 20:26). Por medio del estudio constante de las Escrituras antiguas y modernas, así como de las palabras de los profetas actuales, se nos recuerdan continuamente las cosas que tienen un valor eterno.

Comunicación regular con un amigo de confianza. Nuestro cónyuge o, en caso de no estar casados, un amigo de confianza que comparta nuestros mismos valores, puede constituir un canal vital para la reflexión sincera. No obstante, esto solo sucederá si escuchamos y si nuestro espíritu es suficientemente humilde para aceptar comentarios constructivos (véase Alma 7:23). La planificación de tiempo con nuestro cónyuge y nuestros hijos, o con otros familiares y amigos de confianza, resulta vital para una comunicación constructiva. A muchas familias les resulta eficaz analizar su calendario durante la noche de hogar, sobre todo en lo que respecta a la planificación de tiempo para los cónyuges y actividades familiares.

La respuesta que hallé cuando era un joven obispo, que me fue de gran utilidad durante los años posteriores, fue sencillamente que debemos entender plenamente la doctrina que nos guía y luego hacer todo lo que podamos cada día. Nos organizamos, establecemos prioridades y vivimos dignos de la guía espiritual necesaria para tomar decisiones difíciles. Con frecuencia pedimos consejo a las personas más cercanas. Es posible que, de vez en cuando, vivamos un breve período de desequilibrio cuando las necesidades inmediatas de una parte de nuestra vida ocupen temporalmente un lugar precedente. Cuando esto ocurre, conscientemente trabajamos en esa cuestión e intentamos estabilizarnos lo antes posible, antes de que la solución a corto plazo se convierta en una característica a largo plazo.

Cuando estamos en desequilibrio, tenemos que tomar una decisión. Podemos retrasar los cambios necesarios y experimentar la tragedia del fracaso familiar o el dolor de perder nuestra espiritualidad personal, o podemos prestar atención y ser impulsados continuamente por los susurros del Espíritu Santo para realizar los ajustes necesarios. La búsqueda del equilibrio entre las responsabilidades esenciales de la vida nos prepara para la salvación.

Debemos asegurarnos de “que se hagan todas estas cosas con prudencia y orden; porque no se exige que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten”. No obstante, para fomentar nuestro esfuerzo constante, se nos aconseja lo siguiente: “Conviene que sea diligente, para que así gane el galardón” (Mosíah 4:27). Tengo un testimonio de que esto se puede llevar a cabo y que el premio es “la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7).

Sí, pueden hacerlo

Élder M. Russell Ballard

“No hace mucho, una de mis hijas me dijo: ‘Papá, a veces me pregunto si lograré mi objetivo’. La respuesta que le di es la misma que les daría a ustedes si me hicieran ese comentario: den lo mejor de sí cada día. Cumplan con lo básico y, antes de que se den cuenta, su vida se llenará de entendimiento espiritual que confirmará que nuestro Padre Celestial los ama. Cuando una persona sabe eso, la vida estará llena de propósito y significado, lo cual hace que sea más fácil mantener el equilibrio”. Élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, “El equilibrio en las exigencias de la vida”, Liahona, julio de 1987, pág. 12.

Hablemos sobre esto

  1. Pida a un miembro de la familia que se ponga de pie, con los ojos cerrados, y se apoye solamente sobre una pierna. ¿Durante cuánto tiempo puede hacerlo? ¿Qué podría provocar que una persona pierda el equilibrio en su vida? Analicen las tres pautas para mantener el equilibrio espiritual. Compartan una experiencia en la que una de esas pautas les haya resultado útil (véase Mosíah 4:27).
  2. ¿Cuáles son “las varas esenciales de nuestra vida”? Analicen a qué dedicaron su tiempo los miembros de la familia durante la semana anterior. Aplicando las sugerencias de este artículo, analicen a qué desearían dedicar tiempo los miembros de la familia durante la semana siguiente.

 

[fotografías] Fotografías por Robert Casey, a menos que se indique lo contrario

[fotografías] Fotografía de personas corriendo, por Maren Mecham; fotografía de personas leyendo, por Welden C. Andersen

[fotografías] Fotografía de una oración, por Steve Bunderson; fotografía de una familia, por Matthew Reier

[fotografía] Fotografía de orientación familiar, por John Luke

Notas

  1. Liahona, noviembre de 2010.
  2. David O. McKay citando a J. E. McCulloch, Home: the Savior of Civilization, 1924, pág. 42; en Conference Report, abril de 1935, pág. 116.
  3. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2000, pág. 148.
  4. Pure in Heart, 1988, pág. 37.
  5. Liahona, noviembre de 2010.
  6. Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 33.