El equilibrio en las exigencias de la vida

M. RUSSELL BALLARD
del Cuórum de los Doce Apóstoles

Mis queridos hermanos y hermanas, desde la última conferencia general he sentido en mi propia vida el poder de las bendiciones del sacerdocio y el de la fe y las oraciones de los miembros de la Iglesia. Durante muchos años he dado bendiciones a otras personas, he ayunado y orado por su bienestar y he ejercido mi fe por su recuperación. Hace poco, debido a una grave enfermedad, me tocó ser el recipiente de esa fe, oraciones y bendiciones. Y agradezco, hermanos y hermanas, las oraciones que han ofrecido en mi favor.

Uno de mis colegas me dijo que de esta enfermedad sacaría un beneficio, indicando que para todos es bueno que ocasionalmente nos enfrentemos a la adversidad, especialmente si nos lleva a una introspección que nos permita evaluar abierta y sinceramente nuestra vida. Eso fue lo que hice.

La noche anterior a la operación, los médicos me hablaron sobre la posibilidad de que tuviera cáncer. Cuando me quedé solo, la mente se me llenó de pensamientos sobre mi familia y mi ministerio, y encontré consuelo en las ordenanzas del Evangelio que me unen eternamente a los míos si somos fieles. Comprendí que debía cambiar el orden de prioridades de mi vida si deseaba lograr aquello que tenía más importancia para mí.

A veces necesitamos una crisis en la vida que nos reconfirme cuáles son las cosas que realmente valoramos y atesoramos. Las Escrituras están llenas de ejemplos de personas que tuvieron que pasar por una crisis antes de comprender cómo podían servir mejor a Dios y al prójimo. Si ustedes también hacen un examen de conciencia y evalúan valerosamente el orden de prioridades de su vida, quizás descubran, como yo, que necesitan equilibrarlo mejor.

Todos debemos llegar a ese autoexamen abierto y sincero, a la percepción de quiénes somos y de lo que queremos ser.

Como casi todos sabemos, afrontar los diversos y complejos problemas de la vida cotidiana no es tarea fácil y puede trastornar el equilibrio y la armonía que buscamos. Muchas personas que se preocupan por esto hacen grandes esfuerzos por mantener ese equilibrio, pero a veces se sienten abrumadas y derrotadas.

Una mujer con cuatro hijos pequeños dijo: “En mi vida no existe nada de equilibrio. Tratar de criar a mis hijos me consume completamente y no tengo casi tiempo para pensar en nada más”.

Un padre joven, al sentir la presión de tener que mantener a la familia, comentó: “Estoy iniciándome en un negocio que exige todo mi tiempo. Me doy cuenta de que estoy descuidando mis deberes familiares y de la Iglesia, pero si puedo arreglármelas por un año más, tendré bastante dinero y todo se solucionará”.

Un estudiante de secundaria dijo: “Oímos tantas opiniones contradictorias que es difícil saber lo que es bueno y lo que es malo”.

¿Y cuántas veces hemos oído decir esto? “Nadie sabe mejor que yo lo importante que es el ejercicio, pero estoy tan ocupado que no tengo tiempo para hacerlo”.

Una madre que no tenía esposo dijo: “Para mí es casi imposible hacer todo lo que debo para administrar mi hogar y guiar a mi familia. En realidad, hay veces en que pienso que se espera demasiado de mí. Por mucho que me esfuerce, nunca podré complacer a todos”.

Otra mujer, madre de cuatro hijos, explicó: “Tengo una lucha entre la autoestima, la confianza y el sentido de mi propio valor frente a la culpabilidad, la depresión y el desánimo por no hacer todo lo que se me dice que debemos hacer para entrar en el reino celestial”.

Hermanos y hermanas, todos afrontamos esta clase de luchas de vez en cuando; son comunes en la experiencia humana. Muchas personas tienen sobre sí serias demandas que provienen de sus responsabilidades paternales, familiares, laborales, eclesiásticas y cívicas; mantener todo en equilibrio puede ser un problema serio.

El efectuar periódicamente un examen de los convenios que hemos hecho con el Señor nos ayudará a establecer orden en nuestras prioridades y equilibrio; nos hará ver de qué tenemos que arrepentirnos y en qué cambiar a fin de asegurarnos de ser dignos de las promesas que acompañan nuestros convenios y sagradas ordenanzas. Para ocuparnos de nuestra salvación tenemos que planificar bien y hacer un esfuerzo deliberado y valiente.

Deseo hacer unas sugerencias que espero sean de valor para aquellos que se preocupan por equilibrar las exigencias de la vida. Son muy básicas y, si no tenemos cuidado, sus conceptos pueden pasarse por alto fácilmente; necesitarán un compromiso firme y disciplina personal para incorporarlas a su vida.

En primer lugar, reflexionen sobre su vida y establezcan un orden de prioridad. Dediquen regularmente unos momentos de paz para pensar profundamente sobre dónde quieren llegar y qué deben hacer para lograrlo. Jesús, nuestro ejemplo, muchas veces “se apartaba a lugares desiertos y oraba” (Lucas 5:16). Nosotros debemos hacer lo mismo de vez en cuando para renovarnos espiritualmente como hizo el Salvador. Anoten diariamente lo que desearían hacer cada día; y al hacerlo así, lo primero que deben tener presente son sus convenios sagrados con el Señor.

Segundo, establezcan metas a corto plazo que puedan alcanzar; metas bien equilibradas; no muchas ni muy pocas, y no muy altas ni muy bajas. Pónganlas en una lista y trabajen por alcanzarlas según su orden de importancia. Al establecer metas, siempre debemos pedir la guía divina.

Como recordarán, Alma dijo que habría deseado ser un ángel para poder “hablar con la trompeta de Dios… que estremeciera la tierra, y proclamar el arrepentimiento a todo pueblo” (Alma 29:1). Y luego dijo: “Mas he aquí, soy hombre, y peco en mi deseo; porque debería estar conforme con lo que el Señor me ha concedido…

“¿por qué he de desear algo más que hacer la obra a la que he sido llamado?” (Alma 29:3, 6).

Tercero, toda persona afronta problemas económicos en la vida. Por medio de un presupuesto prudente, evalúen sus verdaderas necesidades y compárenlas minuciosamente con todo lo que desean. Son demasiadas las personas y las familias que han incurrido en excesivas deudas. Cuídense de las atractivas ofertas de préstamos; es mucho más fácil pedir prestado que devolverlo. No hay ningún atajo que pueda llevarnos a la seguridad económica. No hay ningún plan eficaz para hacernos ricos instantáneamente. Quizás no haya nadie que necesite tanto equilibrio en su vida como aquellos que se dejan convencer de acumular “cosas” en este mundo.

No confíen su dinero a otras personas sin haber hecho una cuidadosa investigación sobre la inversión que les proponen. Son muchos los que han perdido demasiado dinero por confiar sus bienes a otros. En mi opinión, jamás lograremos el equilibrio en nuestra vida a menos que controlemos firmemente nuestras finanzas.

El profeta Jacob dijo a su pueblo: “Por lo tanto, no gastéis dinero en lo que no tiene valor, ni vuestro trabajo en lo que no puede satisfacer. Escuchadme diligentemente, y recordad las palabras que he hablado; y venid al Santo de Israel y saciaos de lo que no perece ni se puede corromper, y deléitese vuestra alma en la plenitud” (2 Nefi 9:51).

Hermanos y hermanas, recuerden siempre pagar un diezmo íntegro.

Cuarto, manténganse cerca de su cónyuge, sus hijos, parientes y amigos, que les ayudarán a vivir de forma equilibrada. En un estudio que hizo la Iglesia hace poco, se pidió a los miembros de la Iglesia adultos de los Estados Unidos que pensaran en un momento en el que hubieran sido muy felices y lo describieran; también se les pidió que describieran un momento en el que se hubieran sentido muy desdichados. En la mayoría de los casos, lo que había hecho a las personas muy felices o muy infelices eran sus relaciones con los demás. Con una importancia mucho menor, seguían su salud, el trabajo, el dinero y otras cosas materiales. Las relaciones con familiares y amigos deben edificarse por medio de la comunicación abierta y sincera.

Mediante una comunicación serena, cariñosa y considerada se pueden mantener un buen matrimonio y buenas relaciones familiares. Recuerden que muchas veces una mirada, un guiño, un gesto o un breve contacto físico pueden decir más que las palabras. El sentido del humor y el saber escuchar son también partes vitales de una buena comunicación.

Quinto, estudien las Escrituras. Ellas nos ofrecen uno de los mejores recursos que conocemos para mantenernos en armonía con el Espíritu del Señor. Una de las formas en que he logrado mi certeza de que Jesús es el Cristo es el estudio de las Escrituras. El presidente Ezra Taft Benson ha exhortado a los miembros de la Iglesia a que hagan del estudio del Libro de Mormón un hábito diario y un interés para toda la vida. El apóstol Pablo le dio a Timoteo un consejo que es bueno para cada uno de nosotros, cuando le escribió: “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.

“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia” (2Timoteo 3:15–16).

Sexto, muchas personas, yo incluido, tienen dificultad para encontrar el tiempo necesario para descansar, hacer ejercicio y relajar los nervios. Si queremos disfrutar de una vida equilibrada y saludable, debemos programar esas actividades en nuestro calendario. Una buena apariencia física realza nuestra dignidad y aumenta nuestra autoestima.

Séptimo, los profetas han recalcado repetidamente que los miembros de cada familia deben enseñarse el Evangelio unos a otros, preferiblemente en la noche de hogar semanal. Si no estamos atentos, esta costumbre familiar puede escabullírsenos poco a poco de las manos. No debemos perder esa oportunidad especial de enseñarnos “el uno al otro la doctrina del reino” (D. y C. 88:77) que llevará a las familias a la vida eterna.

Satanás siempre trata de destruir nuestro testimonio, pero mientras estudiemos el Evangelio y guardemos los mandamientos, él no tendrá poder para tentarnos ni perturbarnos más de lo que tengamos fuerzas para resistir.

Mi última sugerencia es que oremos a menudo, individualmente y en familia. Los padres deben imponer la disciplina que se requiere para guiar y motivar a los hijos a unirse en la oración familiar diaria. Por la oración constante y sincera, nuestros jóvenes pueden tomar las decisiones apropiadas para vencer los problemas cotidianos.

El profeta Alma resumió la importancia de la oración con estas palabras: “sino que os humilléis ante el Señor, e invoquéis su santo nombre, y veléis y oréis incesantemente, para que no seáis tentados más de lo que podáis resistir, y así seáis guiados por el Santo Espíritu, volviéndoos humildes, mansos, sumisos, pacientes, llenos de amor y de toda longanimidad” (alma 13:28). Cuando estoy en armonía con el Espíritu, me resulta mucho más fácil lograr un equilibrio en todo.

Comprendo, hermanos y hermanas, que a estas sugerencias podrían agregarse otras. Sin embargo, creo que si nos concentramos en unos pocos objetivos fundamentales, es más probable que logremos afrontar las muchas exigencias de la vida. Recuerden que un exceso en cualquier aspecto de la vida puede hacernos perder el equilibrio; al mismo tiempo, muy poco de las cosas importantes puede tener el mismo efecto.. El rey Benjamín aconsejó “que se hagan todas estas cosas con prudencia y orden” (Mosíah 4:27).

Muchas veces, la falta de dirección y metas claras puede hacernos perder tiempo y energía, y contribuir a desequilibrarnos. Una vida desequilibrada es muy similar a una rueda de automóvil que no está balanceada; hará el andar del vehículo difícil e inseguro. Las ruedas perfectamente balanceadas hacen la marcha más suave y cómoda. Lo mismo sucede con la vida; nuestra marcha por la existencia mortal será más suave si nos esforzamos por mantener el equilibrio. Nuestra meta principal debe ser procurar “la inmortalidad y la vida eterna” (Moisés 1:39). Con esa meta, ¿por qué no eliminar de nuestra vida todo aquello que exige y desgasta nuestros pensamientos, sentimientos y energía sin contribuir en nada a que alcancemos esa meta?

Agrego un consejo para los líderes de la Iglesia: tengan mucho cuidado de que aquello que piden a los miembros sea algo que les ayude a lograr la vida eterna. A fin de que los miembros de la Iglesia puedan equilibrar su vida, los líderes deben tener presente no requerir de ellos tanto que no les deje tiempo para alcanzar sus metas personales y familiares.

No hace mucho, una de mis hijas me dijo: “Papá, a veces me pregunto si lograré mi objetivo”. La respuesta que le di es la misma que les daría a ustedes si me hicieran ese comentario: den lo mejor de sí cada día. Cumplan con lo básico y, antes de que se den cuenta, su vida se llenará de entendimiento espiritual que confirmará que nuestro Padre Celestial los ama. Cuando una persona sabe eso, la vida estará llena de propósito y significado, lo cual hace que sea más fácil mantener el equilibrio.

Hermanos y hermanas, vivan cada día con gozo en su corazón. Humildemente testifico que la vida puede ser maravillosa. En el nombre de Jesucristo. Amén.